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lunes, 20 de octubre de 2014

Lo que está muerto no puede morir: cómo afrontar el duelo

“What is dead may never die, but rises again, harder and stronger”. 
(“Lo que está muerto no puede morir, pero se alza de nuevo, más duro y más fuerte”).

Choque de reyes – Canción de hielo y fuego II, George R.R. Martin (1998).


La palabra duelo, que comparte raíz con dolor, alude a las reacciones que se dan ante una pérdida. Pérdidas hay de muchos tipos, pero aquí nos centraremos en lo más asociado al luto: la muerte de un ser querido. Un golpe que merma el ánimo dejando la puerta abierta a ideas acerca del futuro o la existencia misma. A continuación trataré de resolver algunas inquietudes que aparecen al enfrentarse a semejante episodio vital. Con ello pretendo dar una guía no exhaustiva, pues cada caso obedece a una persona e historia distinta en la que la ayuda de un psicólogo cualificado tendría que adaptarse si fuese requerida. 

¿Cuánto tiempo voy a estar así?

Pregunta trampa donde las haya, pues obsesionarse con la duración de algo desagradable no hace sino prolongarlo. A menudo sentenciamos que “el tiempo lo cura todo” sin advertir que, en realidad, el tiempo no resuelve nada, es lo que sucede durante ese tiempo lo que genera cambios. Tampoco sirve de ayuda planteárselo como un paso de negro a blanco, ignorando toda la escala de grises que necesariamente se dará: no se trata de estar bien, sino de ir estando mejor. Un camino lleno de altibajos que habrá que mirar en perspectiva para apreciar su tendencia ascendente.

No se puede pasar por alto que una pérdida afecta en función de múltiples factores como la relación con el difunto o las circunstancias de la muerte. Y aún en similares condiciones, tampoco todo el mundo la gestiona del mismo modo. No hay manera de responder a tal cosa con exactitud, pero tampoco pasa nada: la cuestión es que ésa no es la pregunta.

¿Es normal mi manera de afrontarlo?

Los estudiosos del duelo se han afanado en recopilar las etapas del mismo, pero la revisión hecha por Gil-Juliá et al. (2008) invita a pensar que tales esfuerzos han sido estériles hasta cierto punto: no hay un patrón definido. Así, cada autor termina describiendo unas distintas, y siempre apostillando que no tienen por qué darse todas ni en ese orden. La cuadratura del círculo. Si algo sacamos en claro es que son muchas, demasiadas, las maneras de afrontar un fallecimiento, que cada una cumplirá su función en su momento, y que el punto de mira debe estar en sus causas y consecuencias.

¿Qué puedo hacer para superarlo?

Antes de nada, lo que uno puede hacer es concederse el derecho a estar mal. Perder a un ser querido es un drama y no hay necesidad de esconderlo. Que todo nos recuerde a esa persona es normal al principio, y también habrá fechas señaladas que nos devuelvan a la tristeza puntualmente. La buena noticia es que un drama no tiene por qué acompañarnos eternamente, pues del mismo modo que somos capaces de sufrir, también lo somos de aprender a convivir con un recuerdo inmortal de manera saludable.

Ahora bien, que sufrir sea inevitable no significa que sea inútil hacer algo al respecto. Los primeros pasos se harán pesados, pero irán aligerándose en la medida en que sigamos algunas pautas generales:

1) Pide ayuda, incluso para cosas triviales. A quien consideres oportuno, y si no hubiere tal persona, entonces a la menos inoportuna. Déjate sorprender por las ganas que tienen otros de echarte una mano. La ayuda profesional podría considerarse más adelante, pero el apoyo social es la primera fuente a la que recurrir.

2) Exprésate, no temas manifestar tus emociones ni hablar del tema. Precisamente así es como se hace callo. Si albergas sentimientos de culpa, con más razón entonces deberás hablar de ello.

3) No dejes de hacer cosas. Dedicarse unos días de recogimiento al principio está permitido, pero no te abandones, no lo conviertas en un hábito. Si las ganas flaquean, márcate metas sencillas a corto plazo para ir subiendo el listón poco a poco.

¿Cómo sé si lo he superado?

Cuando el olvido no es una opción, emerge una alternativa a la postre más satisfactoria: guardar un buen recuerdo. Recordar al ser querido sin que ello suponga pasarlo mal será el último peldaño de la escalera, el momento en el cual uno pueda hacer vida sin que el dolor obstaculice el día a día.


Artículo e imagen de Óscar Pérez Cabrero (terapeuta del CPA).
Twitter: @LERblog


Referencias

Echeburúa, E., Corral, P. y Amor, P.J. (2005). La resistencia humana ante los traumas y el duelo. En W. Astudillo, A. Casado y C. Mendinueta (Eds.). Alivio de las situaciones difíciles y del sufrimiento en la terminalidad (pp. 339-359). San Sebastián: Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos.

Gil-Juliá, B., Bellver, A., Ballester, R. (2008). Duelo: evaluación, diagnóstico y tratamiento. Psicooncología, 5 (1), 103-116.


Quiles, M.J., Bernabé, M., Esclapés, C., Martín-Aragón, M. y Quiles, Y. (2007). Apoyo al duelo. Alicante: ASV Servicios Funerarios.

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