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lunes, 16 de marzo de 2015

Nuestros compañeros los prejuicios


Foto: hotblack, vía Morgue file

Los seres humanos tenemos la necesidad de controlar el medio que nos rodea, es decir, saber qué podemos esperar de las diferentes situaciones.
Nuestros recursos son limitados, y no podemos prestar atención a todos los estímulos ni recordar toda la información de todas las variables que hemos manejado a lo largo de la vida. Por esto, tenemos un mecanismo que nos permite tener sensación de control sobre lo que nos pasa, sobre las situaciones y las personas que conocemos.
Nuestro cerebro no puede, cada vez que se enfrenta a información nueva, procesar toda esta información y a la vez generar la respuesta más adecuada. Por ello, tenemos mecanismos que nos facilitan la generación de dicha respuesta, que son las inferencias que hacemos sobre el funcionamiento de nuestro medio.

Dentro de estas inferencias que utilizamos para controlar mejor nuestro medio están los prejuicios. 

Los prejuicios son las inferencias que hacemos sobre cómo son las personas, sobre todo aquellas personas de las que no tenemos mucha información. Estos prejuicios se construyen gracias a la capacidad que tenemos de sintetizar aprendizajes, ideas, experiencias y sensaciones que hemos tenido a lo largo de la vida.

De esta forma, cuando nos enfrentamos a personas de las que tenemos poca información, inferimos aquella información que no tenemos y, de una manera inconsciente, pensamos que nos puede ser útil para interactuar con ella de la forma más adecuada.

Así por ejemplo, por la forma de vestir de una persona, podemos inferir una determinada ideología política. Tenemos información por nuestra experiencia vital de que, en varias ocasiones, una determinada ideología puede estar asociada a una determinada indumentaria, de tal forma que siempre que vemos esa indumentaria tendemos a pensar que es otro ejemplo más de esta asociación. Sin embargo, ¿por qué nos puede interesar saber la ideología política de nadie? Sencillo, porque si nos plantemos una posible interacción, nos gusta saber qué podemos decir sin que nadie se sienta ofendido, y nos gusta saber qué cosas nos puede decir esa persona para prepararnos posibles respuestas.

Este ejemplo es un caso muy obvio de prejuicio, pero este mecanismo se hace extensible a cualquier aspecto de la otra persona. Las personas generamos prejuicios de todo tipo, que pueden ir desde si una persona tiene unos determinados gustos o ideas, hasta si es superficial, juerguista, digno de confianza, majo, y hasta podemos inferir si tiene una buena o mala autoestima.  
Entonces, ¿los prejuicios son malos? En opinión de esta psicóloga, en absoluto. Los prejuicios no son malos, es más, son inevitables debido a lo adaptativos que nos han resultado a lo largo del tiempo. Es imposible que nos movamos sin prejuicios ya que cumplen la función de generar certidumbre, nos permiten desenvolvernos en nuestro entorno de una manera adaptativa. Sin embargo, no debemos olvidar de que los prejuicios no son más que inferencias, con cierta base empírica de nuestra experiencia vital, pero inferencias al fin y al cabo. Los prejuicios llevados al extremo dan lugar a actitudes intransigentes con respecto a ciertos colectivos, ya que las inferencias se generalizan de un individuo a un grupo entero. Así surgen los pensamientos de que todas las personas A son B, como por ejemplo, “si eres un chico te gustará el futbol”.

Es imposible dejar de elaborarnos prejuicios, y si lo intentamos con toda probabilidad nos frustraremos e incluso nos sentiremos malas personas por no poder evitar esas “primeras impresiones”. Hay que aceptar que están ahí, que son funcionales, y simplemente estar atentos para no tomar su contenido como una verdad absoluta sin la necesidad de someterla a juicio.
Y usted, lector, ¿qué piensa?

Autora: Marta Gervás, terapeuta del CPA

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